Tuesday, July 25, 2006

Impotencia del recuerdo

No pude respirar su silencio
ni escuchar su desasosiego.
No pude rematarle la memoria
ni arrebatarle, de nuevo, el silencio.

Abrió la sombra y tejió
su columna vertebral
de agua derretida,
de mi rocío conjugado
en el verbo del amor y la esperanza.

No pude sobrecoger su estío,
simplemente, no pude ni mirarlo.

Atrás de la puerta su inocencia,
aquí afuera, su ausencia...
Vertidos en un rompecabezas
están sus ojos de llama azul (¿o negra?).
que me reprimen el diluvio de la entraña ciega,
de la entraña eterna, de la entraña seca,
de la entraña traslúcida (¿o negra?).

No puedo retornarlo al amparo,
no he de regresarlo al retrato
ni revelarlo en la luz ausente del recuerdo.
No he podido silenciarlo ni matarlo.

Ayer el cielo olía a su dulce desencanto,
a su parda y áspera pupila,
a su espalda magra que lejana ardía.
Cayó de lejos, de arriba y abajo,
y en silencio pero lejos.

No pude desenterrarlo, no pude desarmarlo,
no pude encajarlo, ni siquiera comenzarlo.

Amenazó con amarme intensamente y yo no hice caso:
le entregué la vida hecha sangre, hecha seda, hecha raso;
le besé la tregua con arena, con mi sombra, con mis labios,
y maté su hastío con el rayo del verano enclaustrado,
rebelado en mis manos.

No pude abandonarlo,
ni siquiera dejar de respirarlo;
no pude ni tocarlo
ni siquiera, en la muerte, dejar de amarlo.

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