Thursday, August 31, 2006

Pensar...

Siempre creí saber lo que el silencio podía decir;
creí conocer a qué sabían las lágrimas
o cómo se sentía la cotidianidad de las palabras,
mas nunca creí probar las dagas de la acusación falsa.
El corazón apenas se siente titubeante,
descongelándose en el cristal del infierno que renace de los labios del verdugo,
aquel ser soluble que entierra el óxido de los errores
en la carne presta a arder en la hoguera de la memoria.
Es difícil cuando los colores del ojo se difuminan con pequeñas gotas que emanan de miradas sobrias,
pero con el tiempo se aprende a rendir cuentas al destino
de los dolores del espíritu enfermo;
se aprende que la agonía no es un terremoto ni una inundación de mentiras
que desvanecen las esperanzas de velas arqueadas,
sino que es poesía rota y escrita entre hojas secas y podridas
que algún político o moralista echó a la calle medio arrugadas o totalmente olvidadas.

Cada amanecer se va diluyendo la tristeza del sueño anterior,
pero revive el fantasma que asfixiaba por las noches al mercenario inválido,
aquel que estaba cansado tras la batalla inconclusa de su propio desvarío
y del insomne deseo de supervivencia lúgubre o vacía.
Los cantos se van volviendo más delgados
mientras los erosiona la monotonía de sonrisas perdidas
y poco a poco se va empuñando el dolor y el odio
como un puñal cazador de silencio
para desmayar al olvido entrecortado
y golpear la miseria que teje una red de inocencia vagabunda.
Las murallas no merman los gritos de los seres que habitan la oscuridad de las celdas encarnadas
y las lápidas no se apiadan más de las letras que sangran sobre su roca fría,
sino que la grava envuelve las entrañas sensibles de tiernas estrellas quebradizas.
Estrechas fracturas susurran adagios pálidos
y las aperturas redondeadas untan sobre la piel ácidos mortales que desgarran los sollozos de ángeles guerreros
cuyas alas fueron cortadas cruelmente con simples vocales derramadas por el río turbio de la confusión.

Poco a poco la costumbre se vuelve imperiosa necesidad de ahogar las lágrimas
y el diario acontecer se contempla como un cuadro al óleo que devela entre neblina
la sangre dolorida de almas petrificadas, venidas a la tristeza.
La tenue llama aún arde en algunos brazos,
busca alguna rama aterciopelada para acariciarle apasionadamente;
sin embargo la noche cae pesada sobre los hombros del suspiro
y sofoca el beso del nuevo aliento.

Se aprende pues,
que la muerte es como un parpadeo...
continuo y necesario,
y es entonces que la resignación acude para alojarse en la voz del adiós
y del nebuloso comienzo...

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