Saturday, July 29, 2006

Soneto III (Nigromante)


Busco mi nombre en ti resucitado,
busco aquí el duelo anónimo en tus manos;
voy a gozar la piel de mis arcanos
deseos en tu cuerpo maniatado.

Yerto quedes amándome callado:
un dulce infarto selle los profanos
instintos que acorralan tus malsanos
besos mudos —misterio descifrado.

¡Mas no invento cenizas de mi tumba!,
no hallo rastros del fuego encendido
sobre esta carne que hoy ya se derrumba.

Así el cadáver quedará tendido
bajo la tierra aciaga que retumba,
mientras tu espectro guarde pervertido.

Tuesday, July 25, 2006

Impotencia del recuerdo

No pude respirar su silencio
ni escuchar su desasosiego.
No pude rematarle la memoria
ni arrebatarle, de nuevo, el silencio.

Abrió la sombra y tejió
su columna vertebral
de agua derretida,
de mi rocío conjugado
en el verbo del amor y la esperanza.

No pude sobrecoger su estío,
simplemente, no pude ni mirarlo.

Atrás de la puerta su inocencia,
aquí afuera, su ausencia...
Vertidos en un rompecabezas
están sus ojos de llama azul (¿o negra?).
que me reprimen el diluvio de la entraña ciega,
de la entraña eterna, de la entraña seca,
de la entraña traslúcida (¿o negra?).

No puedo retornarlo al amparo,
no he de regresarlo al retrato
ni revelarlo en la luz ausente del recuerdo.
No he podido silenciarlo ni matarlo.

Ayer el cielo olía a su dulce desencanto,
a su parda y áspera pupila,
a su espalda magra que lejana ardía.
Cayó de lejos, de arriba y abajo,
y en silencio pero lejos.

No pude desenterrarlo, no pude desarmarlo,
no pude encajarlo, ni siquiera comenzarlo.

Amenazó con amarme intensamente y yo no hice caso:
le entregué la vida hecha sangre, hecha seda, hecha raso;
le besé la tregua con arena, con mi sombra, con mis labios,
y maté su hastío con el rayo del verano enclaustrado,
rebelado en mis manos.

No pude abandonarlo,
ni siquiera dejar de respirarlo;
no pude ni tocarlo
ni siquiera, en la muerte, dejar de amarlo.

Friday, July 21, 2006

Después de las venas

Me hierve la melancolía en la epidermis;
entre las piernas, un grito ahogado de estirpe
corre inconcluso por tu entraña escéptica.

Hay silencio que te arde en la mirada,
con etéreos cinceles vas labrando una hoguera en mi palabra
y tu beso hiriente me destroza el caminar de la marioneta falsa.

Humo, voces secas, hielo;
risas que agonizan, alcohol y un par de lágrimas
charlan entre el abismo de tu insondable existencia...

¡Quién fuera vodka para amarte y poseerte de esa manera!.

Me embriaga la luz, es cierto.
El abultado vientre de la memoria
rasguña el embrión de tu perdida consciencia...

Sueño.
¡Qué resaca tan inconcebible!

Después: el viento.
Un susurro se entreteje en tu silencio,
y mi lecho de nuevo está tendido.
Tu epidermis es ya la melancolía,
juntóse con el fino vello tímido de mis senos...
se nos hinchan nuevamente las arterias
para el naciente comienzo...

¡Ay!

¡Qué descanso tan sin sentido!

Solange

Hay un aire demacrado en tu vientre,
carcomiendo la existencia pesada
de una jauría que te oxida la mirada.

La melancolía te arrasa,
como sequía, los gritos de la garganta;
y como insípido crepúsculo vomitado por el viento
se te quiebra el campanario de la entraña.

Un grito húmedo de neblina
se te cuela por los poros sangrantes
de una nueva vida que se asoma
en la roca ultrajada por la noche
que se alojó retorcida en tu palabra.

A cada gota de recuerdo
se rompe más la sonrisa desgajada,
tras un antojo irracional
de arena regurgitada, cristalizada,
que poco a poco se derrama
en aquella olvidada carátula.

El salto que discretamente la delata
va cortando el fluido eterno de la resaca
que se viene desangrando hace siglos
en los brazos del que porta la navaja,
y a la sombra del mismísimo suelo
se va muriendo un triste resentimiento
para anunciar la resistencia renovada.

... Duérmete mi niña,
con su ojos de agonía,
duérmete tranquila
con tus sueños de porcelana
reventados en el collar de la nada,
como cuentas de un mar insondable
se detenga tu respiración profunda
despidiendo con tu suspiro la mata fortuna.

Así nace el ángel del paso
con un caracol estrellado, en pedazos,
bajo el silencio de tu regazo
aliméntese tu cuerpo de chaquiras,
desángrese el seno de la tristeza;
asesina con tu llanto para siempre
la lengua que hiere tu memoria...
que la mujer impía que anudó las espinas
en las manos de tu madre, por fin sea historia.

Leo

No sé qué decir.
Me lees: Te leo.
Me declamas: Te leo.
Me desangras: Te leo.
Yo Virgo. Tú Leo.
¿Qué tan Virgo?
Te leo la mano, los ojos,
los caracoles, las cartas...
¿me lees o te leo?
¿Me vives o te vivo?: Te leo.
¿Tele o radio?.
Te leo los labios. ¿Te leo un cuento?
Yo creo, te creo... te leo.
Las palabras resuenan en la boca que leo,
si te leo, la vida, las rosas se van si te leo.
Te leo la calma, cuando lees las letras de malta;
te leo la pronunciación vacía de un Leo que Libra la barca.
Si me lees, me descamas.
Si te leo, te derramas... en lágrimas que leo.
No existes si no lees esto que dice
lo que sucede cuando te doy vida si te leo.

Friday, July 14, 2006

Se nos mueren las vacas

Se nos mueren las vacas
de sed, de recuerdo...
se nos mueren las cosechas
de abandono, de letargo...
la historia, se detiene en la sequía,
se derrama con el polvo;
y así, muy quedo, en sigilo
se nos escapa la esperanza.

La tierra es un seno,
un vientre... una mortaja:
seca, rota y afligida;
pare con dolor a nuestros niños;
y resguarda tumbas cercanas
en un crónico alud
de huida y recuerdos.

Las manos se vuelven polvo,
acalladas de agonía,
heridas de singulto,
con cayos de amarga anatema...
de sus uñas un grito,
un duelo insensato
se esparce por el aire
que abrasa los pulmones
del ayer, de aquel pretérito.

Resuenan las lágrimas del trigo,
del maíz, el chile y la calabaza;
cómo crujen las nubes su insomnio,
su frialdad, su falta de perdón,
su ausencia muerta, su memoria...
la poca contrición de sus lenguas
que no emancipan un solo vocablo;
ni una gota de su sangre se sublima
para darle pie de nuevo al cultivo.

Esto sucede en las cumbres boreales:
se agota la respiración,
se nos mueren las vacas...
del otro lado, en la selva, en el austro,
el cielo llora la agonía heredera;
allá, se nos ahogan las lágrimas,
se cubre el sol con un poco de lodo,
con nada de pan, con nuestra sangre.

Los pies se truncan,
los caminos atisban el espíritu;
sus rocas furtivas penetran las ideas,
laminan párpados y ojos...
el agua, se vuelve menos fuego,
menos risa, menos nada
y así, insonoros, sin piedad
se extravía en el torrente del río,
el dolor que de a poco nos sofoca.

Se nos mueren las vacas,
se nos ahogan las lágrimas,
y sin saberlo nosotros,
nos perdemos en las frases
de un periódico, de un poeta,
en el sonar de una bocina,
en la imagen de una caja...
nos entierran sin consuelo,
nos ahogan, nos suprimen...
en el olvido, en el insomnio
se nos escapa la esperanza.

Thursday, July 13, 2006

Oscuranto: Helena

Desesperación

Este tiempo de espera,
acorazado en el silencio de la luz,
en lo brillante de una lágrima que gira...
una cáscara sanguinolenta
que se desprende lenta y dolorosa
desde la calle al corazón.

Espero.
Tic-tac.
Un minuto, dos...
una canción más,
una esperanza menos;
conforme la luna cambia
como nubes su faz,
se muere un poco de mi sol.

Las horas, las horas...
las alas, las flamas,las lágrimas y nada...
afuera nada se asoma,
ni una sombra, ni una espada,
ni un pedazo deprimido de magma.

Tic-tac.

No llegas,no apareces,
no te marcas.

Un pasado,
una puñalada,
dos espacios de cuarentena,
una mancha de condena...
años y años y más años
se marchan a paso redoblado.

Extrañando, llorando, pensando...
un participio seguido de sueño,
de cansancio y otra vez de sueño.

Un gerundio confundido se relame
la pata atropellada por el tiempo:
click-clock...
el tiempo.

Duele el segundero,
mucho arde el recuerdo,
harto ofusca la víscera cardiaca...

pum-pum-pum...

tres segundos,
tres latidos de resentimiento.

Tic-tac.

El olvido...
el dormido...
el silencio.

Ve y diles

Te cuento que estoy viva,
sin ojos, sin manos,
con la boca lacerada
pero viva.

¡Pregona que estoy viva!
que no renuncien; que vivo,
que hay un charco
de sangre en mis zapatos
y que del otro lado,
no me saben,
no me escuchan,
no me marco...
pero vivo
y siento la muerte llorando
en mi regazo...
diles que la historia los va a alcanzar.

Sunday, July 09, 2006

Dos de noviembre


Los cempasúchiles murieron muy pronto,
como mi tristeza venida de cuatro paredes,
como mi alma derramada en la arena,
como yo, hace siglos fuera de mi condena.

Perdí mi sangre al ser feliz,
perdí el tiempo intentando serlo,
perdí mi vida creyendo que podía,
perdí mi alma en una lágrima de viento.

Nadie lloró mi oculta muerte,
hubo celebración en mi funeral;
mi cadáver aún escucha, aún mira,
aún siente cómo lastiman su eternidad.

Es divertido para los espíritus
que los miedos perturben mi sueño,
es regocijante para los demonios
que se evapore mi esperanza en recuerdos.

Mi tumba hoy huele a soledad,
como todos los días de lluvia;
hoy, como ayer, se fue mi vida
en el delirio de un júbilo que morirá.

Prima Nocte

Se derrama el tiempo en la esquina de cuatro paredes,
fluye en la oscuridad de mi alma arrepentida,
llora un pedazo de mi noche y se difractan sus lágrimas
acongojadas por el paso de una luz y una oscuridad.

Entra un ser extraño por mi ventana,
acoge las cenizas de mi sueño y las esparce,
y me envuelve, y me mata y vuelvo a ser...

Monday, July 03, 2006

El Grito

Pasan ya de cien estrellas en el cielo,
la cama tiembla y las sábanas aflojan sus besos.
Una tenue mirada se asoma en la alborada;
en la ventana, una ausencia de colores despierta
da la cara ante el insomne y raquítico ser humano.

—Esta noche tengo miedo que alguien grite.
Dijo la ojerosa inestabilidad del sentimiento.
En silencio, como cada madrugada,
observó el techo que rotaba siniestro
y al fin, la lágrima convaleciente
le quemaba y coloreaba su imperpetuo rostro.

—Sé que estás ahí.
Murmuró mientras se liberaba de las cadenas de su cama
y posaba su blanca estructura frente al cristal de la pared.

—Hoy gritarás y despertaré,
me hundiré en la tiniebla de mi cuerpo
y moriré casi sin saberlo.

A punto de entregarse al infinito etéreo,
la detuvo el grito indeleble de su pecho;
entonces me miró y con una sonrisa sardónica
y las niñas devoradas en su mirada
abrió apenas sus labios:
—¿Lo ves?... Ahora ya he muerto.